testimonio

Artículos, Ciencia en tu vida

Preservar la fertilidad Pepita Sandwich: “A los 30 antes te preguntaban si ibas a tener hijos; ahora, si vas a congelar óvulos”

La ilustradora argentina congeló óvulos y los resultados la decepcionaron. Con un “comic”, puso sobre la mesa las expectativas y la dimensión emocional que se juega en este tipo de tratamientos. “Congelé óvulos para olvidarme del tema y poner en pausa la decisión de la maternidad, y me pasó todo lo contrario: ahora lo tengo más presente”. La ilustradora argentina Josefina Guarracino, conocida como Pepita Sandwich, hizo un tratamiento para preservar su fertilidad, pero los resultados no fueron los que esperaba. La autora de Las mujeres mueven montañas (Lumen), con más de 98 mil seguidores en Instagram, contó su experiencia en un ensayo visual que tuvo gran repercusión, sobre todo, porque puso sobre la mesa cómo juegan las expectativas y subrayó la dimensión emocional de este tipo de procedimientos, que es mucho más que “solo” aplicarse inyecciones. El reloj biológico: “¿Vas a congelar?” Hace cinco años se fue a vivir con su novio a Estados Unidos -hoy llevan juntos diez años-. Fue un “empezar de cero” y, en ese momento, la maternidad no estaba en los planes. En esa época, cuando ella rondaba los 30 años, sus médicos empezaron a hablarle de la posibilidad de congelar óvulos. “Creo que se ve como si fuese una panacea para prolongar la maternidad, pero no es tan sencillo, porque todos los procesos que tienen que ver con la fertilidad son muy emocionales”, comentó a Clarín. “Antes cuando cumplías 30 te preguntaban si ibas a tener hijos; ahora te preguntan si vas a congelar óvulos. Y eso también es una presión hacia la maternidad de alguna forma. Entonces, por un lado, existía la presión de hacer el tratamiento y después, una presión de que los resultados fueran iguales o mejores (a los de las personas cercanas)”. El ensayo visual de Pepita Sandwich, publicado en abril de 2022 en el suplemento The Lily, de The Washington Post. En ese vaivén emocional la idea rondó en su cabeza durante varios años. Por ejemplo, en agosto de 2019 escribió en Twitter: “Óvulos shower, en vez de un baby shower, una fiesta en donde todos te den un poco de plata para congelar óvulos”. Finalmente, avanzó a los 35: “Por una cuestión de presión biológica y social, decidí finalmente llevarlo a cabo”. En agosto de 2019 escribió en Twitter: “Óvulos shower, en vez de un baby shower, una fiesta en donde todos te den un poco de plata para congelar óvulos”. Congelar óvulos no era tan “fácil” Viajó a la Argentina y en enero de 2022 concretó el tratamiento en una clínica en Buenos Aires, ya que le resultaba significativamente más económico hacerlo en nuestro país que en Estados Unidos. Jose tenía varias amigas que habían hecho este tipo de tratamiento antes y le anticiparon algunas sensaciones, como los efectos corporales -por ejemplo, la hinchazón o el dolor de aplicarse las inyecciones- y la “sobrecarga emocional del tratamiento”. El ensayo visual de Pepita Sandwich, publicado en abril de 2022 en el suplemento The Lily, de The Washington Post. También le hablaron de la cantidad de óvulos maduros extraídos… Y empezó a compararse con ellas en relación al número que esperaba alcanzar. “Todas me lo contaban con bastante optimismo, desde un lado resultadista”, recordó. A los pocos días de comenzado el tratamiento (que contempla entre diez y doce días de inyecciones), se dio cuenta que no iba a llegar a tener la cantidad de óvulos que había imaginado. “Un proceso que comencé impulsivamente estaba teniendo un efecto psicológico en mí”, escribió en el ensayo publicado en The Washington Post. Foto: gentileza. “Un proceso que comencé impulsivamente estaba teniendo un efecto psicológico en mí”, escribió en el ensayo que publicó en abril a raíz de esta experiencia en el suplemento The Lily, de The Washington Post. Finalmente, le extrajeron tres óvulos maduros. “De repente, congelar óvulos no era la solución fácil que pensé que sería. Aprendí que no hay garantías para el número de óvulos que puedas obtener”. Pepita Sandwich publicó sus materiales en revistas en Argentina, México y Estados Unidos. La decepción: “No sabía que podía no funcionar” A pesar de este “baldazo de agua fría”, la ilustradora dijo que no se arrepiente, porque hizo “algo al respecto e intenté tomar algún tipo de decisión, y no simplemente ‘esperar al destino’”. Aún no tiene decidido si repetirá, o no, una nueva estimulación para “sumar óvulos a la canasta”. “Comencé el proceso con una idea de resultado que no fue, y eso me hizo sentir un poco frustrada y decepcionada de mi cuerpo. Y eso frustró también mi idea de posponer la maternidad en ese solo intento”, explicó a Clarín. El ensayo visual de Pepita Sandwich (publicado en The Washington Post, abril 2022), compartido por Mariela Belski, directora ejecutiva en Amnistía Argentina, en Instagram. “Entré al procedimiento con la sensación de que iba a ser exitoso sí o sí, cuando en realidad hay un montón de cuestiones físicas particulares de cada individuo que son distintas y el proceso puede funcionar o no”, reconoció. “Yo no sabía que esto podía pasar, que no funcionara el tratamiento”. “Ojalá hubiera estado más preparada” Tomar decisiones informadas es la recomendación que Pepita repite a lo largo de toda la conversación. Y siempre hace hincapié en liberarse de las presiones sociales: “Lo primero que le recomendaría a alguien es que piense si esta oportunidad de congelar óvulos es realmente para ella. O sea, para las mujeres de mi generación que no venimos pensando en este tema a veces siento que congelar óvulos se ve hasta como una ‘obligación’”. Además de hacer las consultas médicas pertinentes y hacerlo en los tiempos sugeridos, instó a que estén “emocionalmente preparadas para un resultado inesperado y acompañadas psicológicamente, o con personas que las puedan apoyar, porque es un proceso muy emocional que se hace bastante en soledad”. «A veces siento que congelar óvulos se ve hasta como una ‘obligación’”, dice Pepita Sandwich, ilustradora argentina. Foto: gentileza. “Es un procedimiento muy caro, por lo que es un privilegio poder intentar

Artículos, Ciencia en tu vida

El deseo de querer ser mamá en pleno diagnóstico de cáncer de mama

Magalí Stawera se enteró de que padecía, por segunda vez, cáncer de mama, en el mismo instante en el que su deseo era agrandar la familia. Lejos de posponer su sueño, la joven volvió a \”conectarse con la vida”. Su testimonio Magalí Stawera siempre tuvo algo en claro: quería formar una familia, grande o chica pero quería tener hijos. Sin embargo, a sus 33 años, con una hija ya nacida y en un control médico le dieron el peor de los diagnósticos: tenía cáncer de mama. “Me encontraron unas microcalcificaciones que eran malas y me diagnosticaron cáncer de mama. Hice rayos, me operaron y tuve la indicación de hacer rayos por tres años más. Cuando finalmente tuve el alta, seguí con controles y 4 años más tarde me aparecieron otras microcalcificaciones en la otra mama. Fue algo tremendo porque yo tenía muchas ganas de ser madre en ese momento. Fue un baldazo de agua fría”, comentó a este medio Magalí. Con el diagnostico en mano, Magalí sabía que debía poner en pausa su deseo de ser madre nuevamente: “Lo primero que pensé fue que definitivamente no iba a poder ser mamá después, ya que mi primera hija tenía en ese momento seis años y cada vez sentía que se iba alejando más y más”. Las cifras no acompañaban el deseo de Magalí, porque, si bien muchas mujeres pueden quedar embarazadas, puede ser difícil por el tratamiento oncológico realizado como la quimioterapia. Las estadísticas indican que estas pacientes tienen la menor tasa de embarazo, con una reducción del 67% de chances de tener un bebé si no preservan la fertilidad en comparación con la población general. “En ese momento el tratamiento era distinto al de mi primer cáncer porque el tumor había cambiado. Tenía características diferentes y era un tratamiento más agresivo, entonces lo primero que pensé fue que tenía que encontrar ayuda para poder congelar mis óvulos o encontrar la manera de ser mamá. Pedí un turno en un centro de fertilidad y salí muy angustiada, el médico que me atendió me dijo que sea prudente y que espere a que termine mi tratamiento. No podía concebir esa idea y seguí buscando opiniones”, enfatizó Stawera. Se acercaba agosto. Magalí sabía que empezaba su tratamiento luego de las vacaciones de invierno de su hija y que eso significaba que se venía un período difícil: “No me podía sacar la idea de la cabeza. Yo quería ser mamá de nuevo, así que volví a insistir en una clínica de fertilidad, esta vez en Halitus Instituto Médico. Una vez que me atendió una médica llamó a otros profesionales y entre todos me decían que ya estaba para arrancar el tratamiento. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando, porque obvio había un costo económico y el médico a cargo fue muy claro ‘no importa eso en este momento, vos no te preocupes. Esto hay que hacerlo ahora’. En ese momento en el que estaba en la tristeza más profunda fue volver a conectar con la vida y tener la confirmación de que cuando todo esto terminara yo iba a volver a ser mamá”. Tras la primera visita, los quince días que le siguieron Magalí los describe como volver a conectar con la vida: “Era el cumple de mi hija y yo me acuerdo estar en el baño inyectándome, todo una locura. Finalmente llegó el día en el que me sacaron 12 óvulos. Para mí tener los óvulos era algo seguro, yo no sabía que iba a pasar en un futuro y eso me llevaba un poco de tranquilidad y hasta me daba fuerzas para seguir”. El procedimiento para congelar óvulos consiste en estimular los ovarios con hormonas para que se produzcan varios óvulos –la cantidad dependerá de la capacidad de respuesta del ovario-, luego se aspiran los folículos que contienen los óvulos y se congelan para su conservación. “En el medio empecé mi tratamiento del cáncer, lo termine, todo salió muy bien y volvió el deseo de quedarme embarazada. Mis médicos del instituto eran partidarios de intentarlo naturalmente antes de comenzar con el tratamiento. Y cuando estaba a punto de ir a la clínica para empezar el tratamiento, le dije a mi marido que me iba a hacer un test por las dudas porque tenía dos días de atraso. Y dio positivo, estaba embarazada y no podía más de alegría”, comentó emocionada Magalí. Y es que a pesar de tener esos dos días de atraso, la futura mamá pensaba que era su cabeza que le estaba jugando una mala pasada: “Fue una alegría enorme, no lo podíamos creer, fue realmente impactante y alentador. A pesar de no haber usado mis óvulos eso me ayudó a salir adelante, a saber que hay opciones para los que padecemos cáncer y queremos seguir agrandando la familia en medio de una tormenta”. “Hay un montón de gente que está para ayudarte e informarte porque no se suele hablar mucho de maternidad y cáncer. Hay un montón de historias similares y para mí lo más importante era hacerles saber a todos los que me acompañaron en ese momento que estaba embarazada. Lo primero que hice fue llamar a la enfermera que me atendía en quimioterapia, lloramos de felicidad. Para mí es muy importante hacerles saber que cada vez que se crucen con una mujer que tenga ese deseo tenga una luz de esperanza porque sí se puede, hay que intentar todo y siempre buscar una segunda opción, no bajar los brazos”, enfatizó la mujer. En plena pandemia, Magalí se convirtió en mamá por segunda vez de una bebé a la que llamo Jazmín: “No lo hubiéramos imaginado en este contexto, pero estamos muy felices. Hoy ella tiene seis meses y es hermosa. Estamos preparados para esto, uno no lo sabe pero siempre podemos\”.

Artículos, Ciencia en tu vida

El cáncer, en primera persona “Me pude dar el lujo de curarme, volver a ser padre y rearmar una familia”

Si existe palabra con connotación negativa es “cáncer”. Sin embargo, el testimonio de quienes vivieron para contarla puede resultar de gran ayuda para quien atraviesa por ese momento. La historia de Leandro, un sobreviviente Tenía 29 años, una hija de un año y medio, una mujer y su trabajo soñado. Era (es) productor televisivo y venía de grabar en Francia Fort Boyard, un programa que fue éxito en la televisión argentina. Corría el año 1999 cuando Leandro Santagada (48) se disponía a subirse a un nuevo avión en busca de más aventuras: iba a estar a cargo de la producción de Expedición Robinson (otro ciclo que llegaría a triunfar en la pantalla de canal 13). Pero no pudo ser posible. Un bulto en un testículo, que resultó ser un carcinoma, cambió sus planes por los de una cirugía en la que los médicos aseguraron haber “limpiado todo”, y a la que en enero de 2000 -vaya manera de empezar el nuevo milenio- le siguieron ecografías por dolores abdominales y la confirmación que nadie quería escuchar: había metástasis en pulmón y ganglios y urgía comenzar un tratamiento oncológico. Lo que comenzó con una consulta al urólogo terminó con una derivación a Oncología. El panorama cambió radicalmente. Leandro tenía cáncer, estaba confirmado. Ya no era un carcinoma que se mandaba a analizar. Tenía que empezar inmediatamente un tratamiento de quimioterapia. Así se lo dijo Guadalupe Pallotta, la médica oncóloga del Hospital Italiano que lo recibió y de quien hoy se declara casi devoto. “Yo siempre digo que soy ‘Pallotta fan’”, bromeó el hombre durante una entrevista telefónica con Infobae. En el comienzo de la charla que duró más de 40 minutos y con la serenidad propia que da la distancia temporal con lo que le pasó, pero que también adquirió durante ese duro trance, Leandro contó que nunca pensó que se iba a morir. “Jamás me deprimí. Mi ex mujer y mi mamá fueron quienes me dieron la noticia y estaban mal; yo lo único que pensaba era que me tenía que sacar esto de encima porque tenía muchas cosas que hacer, tenía programas al aire”. Por negador, workaholic, inconsciente o vaya a saber qué don innato traído de fábrica, el hombre nunca pensó que algo pudiera salir mal. Aun cuando el panorama no era para nada alentador. La médica le explicó que había que empezar el tratamiento lo antes posible y que iba a ser muy duro porque había que atacar a la enfermedad con la misma inclemencia que ella se estaba comportando. “Me dijo que había pequeño porcentaje de éxito sobre el que había que trabajar y la ‘buena noticia’ es que había medicación para darme”, recordó Leandro. Y que hubiera tratamiento para él no era algo menor. Su papá había fallecido cuando él tenía 16 años por un cáncer de páncreas contra el que médicamente nada se pudo hacer. “En cuatro meses mi papá se murió y sólo podíamos paliarle el dolor; a mí, saber que podía pelearla me dio más fuerza. Si me daban un 1% de probabilidades de curarme yo agarraba viaje”, reconoció. Hubo un detalle nada menor que fue lo que tal vez -piensa hoy- le dio más fuerzas y es que la oncóloga, antes de empezar el tratamiento, le preguntó si tenía hijos y le habló de la posibilidad de la criopreservación como alternativa para volver a ser padre si en el futuro así lo deseaba, ya que la toxicidad de las drogas que usarían para detener al cáncer le impediría lograrlo por las vías naturales. “Ella me estaba hablando de vida, de la posibilidad de volver a ser padre en un momento donde el común de la gente piensa en la muerte”, evocó Leandro y contó: “Me acuerdo que me interné en el sector de Oncología del Italiano y esa misma mañana mi hermano llevó mi muestra para criopreservar, no lo dudé”. A pesar de haber estado siempre al tanto de su cuadro, él nunca pensó que algo malo podía pasarle. “El diagnóstico era complicado y de hecho yo veía que había otras personas que se hacían la quimioterapia de manera ambulatoria, mientras que a mí me internaban una semana”. El “descanso” entre sesión y sesión era de 15 días, en los que los malestares se multiplicaban y la debilidad era total. No llegaba a recuperarse que ya tocaba otra semana internado (cuando no volvía a “caer” en el medio por alguna febrícula o indisposición que había que controlar). Los kilos se le escurrieron como arena entre los dedos, llegó a perder 20 en total. \”Fue muy duro, pero el equipo médico me daba una tranquilidad absoluta\”, aseguró Leandro, quien cumplió cada ciclo de quimio con una entereza que ni él sabía que tenía. “Tuve altos y bajos, lo bueno es que en un momento empecé a responder al tratamiento, sabía que tenía que pasar por todo eso para curarme”, evocó sobre un proceso que lo tuvo desde febrero hasta julio bajo ese sistema de internación semanal y altas que cada vez duraban menos. “Me acuerdo que en junio quise salir porque era el Día del Padre y me dejaron con la condición de que si tenía alguna hemorragia volviera (por esa época solía sangrarle la nariz y había que controlar que no fuera producto de un sangrado interno más severo). Y no sólo tuve que volver sino que ese fue el momento más duro de toda la enfermedad”, relató Leandro. “El cuerpo no daba más por lo agresivo que estaba siendo el tratamiento, fue el momento más duro e incluso le dijeron a mi familia que mi pronóstico era muy reservado”. Esa salida para pasar con su familia el Día del Padre denotaba el único motivo que lo hacía flaquear: su hija. “Lo único que me hacía aflojar era la idea de dejarla a mi nena. Era muy chiquita, y como había empezado a ir a un jardincito no podía verla mucho para evitar que me contagie algo”. “Ella por suerte casi

Scroll al inicio