El cáncer, en primera persona “Me pude dar el lujo de curarme, volver a ser padre y rearmar una familia”
Si existe palabra con connotación negativa es “cáncer”. Sin embargo, el testimonio de quienes vivieron para contarla puede resultar de gran ayuda para quien atraviesa por ese momento. La historia de Leandro, un sobreviviente Tenía 29 años, una hija de un año y medio, una mujer y su trabajo soñado. Era (es) productor televisivo y venía de grabar en Francia Fort Boyard, un programa que fue éxito en la televisión argentina. Corría el año 1999 cuando Leandro Santagada (48) se disponía a subirse a un nuevo avión en busca de más aventuras: iba a estar a cargo de la producción de Expedición Robinson (otro ciclo que llegaría a triunfar en la pantalla de canal 13). Pero no pudo ser posible. Un bulto en un testículo, que resultó ser un carcinoma, cambió sus planes por los de una cirugía en la que los médicos aseguraron haber “limpiado todo”, y a la que en enero de 2000 -vaya manera de empezar el nuevo milenio- le siguieron ecografías por dolores abdominales y la confirmación que nadie quería escuchar: había metástasis en pulmón y ganglios y urgía comenzar un tratamiento oncológico. Lo que comenzó con una consulta al urólogo terminó con una derivación a Oncología. El panorama cambió radicalmente. Leandro tenía cáncer, estaba confirmado. Ya no era un carcinoma que se mandaba a analizar. Tenía que empezar inmediatamente un tratamiento de quimioterapia. Así se lo dijo Guadalupe Pallotta, la médica oncóloga del Hospital Italiano que lo recibió y de quien hoy se declara casi devoto. “Yo siempre digo que soy ‘Pallotta fan’”, bromeó el hombre durante una entrevista telefónica con Infobae. En el comienzo de la charla que duró más de 40 minutos y con la serenidad propia que da la distancia temporal con lo que le pasó, pero que también adquirió durante ese duro trance, Leandro contó que nunca pensó que se iba a morir. “Jamás me deprimí. Mi ex mujer y mi mamá fueron quienes me dieron la noticia y estaban mal; yo lo único que pensaba era que me tenía que sacar esto de encima porque tenía muchas cosas que hacer, tenía programas al aire”. Por negador, workaholic, inconsciente o vaya a saber qué don innato traído de fábrica, el hombre nunca pensó que algo pudiera salir mal. Aun cuando el panorama no era para nada alentador. La médica le explicó que había que empezar el tratamiento lo antes posible y que iba a ser muy duro porque había que atacar a la enfermedad con la misma inclemencia que ella se estaba comportando. “Me dijo que había pequeño porcentaje de éxito sobre el que había que trabajar y la ‘buena noticia’ es que había medicación para darme”, recordó Leandro. Y que hubiera tratamiento para él no era algo menor. Su papá había fallecido cuando él tenía 16 años por un cáncer de páncreas contra el que médicamente nada se pudo hacer. “En cuatro meses mi papá se murió y sólo podíamos paliarle el dolor; a mí, saber que podía pelearla me dio más fuerza. Si me daban un 1% de probabilidades de curarme yo agarraba viaje”, reconoció. Hubo un detalle nada menor que fue lo que tal vez -piensa hoy- le dio más fuerzas y es que la oncóloga, antes de empezar el tratamiento, le preguntó si tenía hijos y le habló de la posibilidad de la criopreservación como alternativa para volver a ser padre si en el futuro así lo deseaba, ya que la toxicidad de las drogas que usarían para detener al cáncer le impediría lograrlo por las vías naturales. “Ella me estaba hablando de vida, de la posibilidad de volver a ser padre en un momento donde el común de la gente piensa en la muerte”, evocó Leandro y contó: “Me acuerdo que me interné en el sector de Oncología del Italiano y esa misma mañana mi hermano llevó mi muestra para criopreservar, no lo dudé”. A pesar de haber estado siempre al tanto de su cuadro, él nunca pensó que algo malo podía pasarle. “El diagnóstico era complicado y de hecho yo veía que había otras personas que se hacían la quimioterapia de manera ambulatoria, mientras que a mí me internaban una semana”. El “descanso” entre sesión y sesión era de 15 días, en los que los malestares se multiplicaban y la debilidad era total. No llegaba a recuperarse que ya tocaba otra semana internado (cuando no volvía a “caer” en el medio por alguna febrícula o indisposición que había que controlar). Los kilos se le escurrieron como arena entre los dedos, llegó a perder 20 en total. \”Fue muy duro, pero el equipo médico me daba una tranquilidad absoluta\”, aseguró Leandro, quien cumplió cada ciclo de quimio con una entereza que ni él sabía que tenía. “Tuve altos y bajos, lo bueno es que en un momento empecé a responder al tratamiento, sabía que tenía que pasar por todo eso para curarme”, evocó sobre un proceso que lo tuvo desde febrero hasta julio bajo ese sistema de internación semanal y altas que cada vez duraban menos. “Me acuerdo que en junio quise salir porque era el Día del Padre y me dejaron con la condición de que si tenía alguna hemorragia volviera (por esa época solía sangrarle la nariz y había que controlar que no fuera producto de un sangrado interno más severo). Y no sólo tuve que volver sino que ese fue el momento más duro de toda la enfermedad”, relató Leandro. “El cuerpo no daba más por lo agresivo que estaba siendo el tratamiento, fue el momento más duro e incluso le dijeron a mi familia que mi pronóstico era muy reservado”. Esa salida para pasar con su familia el Día del Padre denotaba el único motivo que lo hacía flaquear: su hija. “Lo único que me hacía aflojar era la idea de dejarla a mi nena. Era muy chiquita, y como había empezado a ir a un jardincito no podía verla mucho para evitar que me contagie algo”. “Ella por suerte casi